jueves, 5 de junio de 2008

Japón

Este es un ensayo (escrito, más bien) que hice sobre mi viaje a Japón.


Algo más que un viaje

Hay tantas cosas que contar, y tan poco tiempo y espacio para hacerlo. Escribir sobre la experiencia que tuve en Japón en escasas dos o tres páginas es como pedirle a una persona de 90 años que cuente su vida en 2 horas. Por mi parte, estoy haciendo un relato (sin entrar en muchos detalles) de lo que viví en Japón; de lo que pensé y de lo que reflexioné. Hasta ahora llevo un aproximado de 7 páginas, y apenas voy en el segundo día. Este ensayo viene siendo un resumen del resumen del resumen, indicando solo algunas partes. Es un tanto difícil, ya que cada experiencia, cada día, fue una nueva reflexión y alegría que tenía.

Amé a Japón, desde el día en que pisé tierras Niponas hasta la fecha (y creo que por el resto de mi vida). Obtuve más de lo que esperé. Nunca pensé aprender tantas cosas en tan poco tiempo. ¿Mis ideas cambiaron? No, mis ideas siguen siendo las mismas. El viaje a Japón solo las reafirmó. ¿Mis objetivos cambiaron? Eso si. Nunca en mi vida había pensado en viajar a Japón. Había pensado en ir a Europa o América Latina antes de ir a un país de Oriente. Quiero conocer lo que pueda del mundo. Quiero viajar a varios países para ver el mundo con mis ojos y no a través de historias o fotografías. Ya quedé conmigo que además de esto, voy a vivir por lo menos un mes en Japón. Si es posible, quisiera quedarme un año allá. Y para poder vivir aún más la experiencia, como objetivo en la vida a corto plazo, voy a hablar y leer fluidamente japonés. Me di cuenta que ahí la llevo, pero que todavía me falta mucho en el camino del idioma.

¿Elegir mi mejor recuerdo? Bueno, eso está en chino. Cada experiencia, desde el momento en que esperamos el avión, hasta el momento en que pasamos por aduana, fueron buenos momentos. No sabría cuál elegir. Tendría que elegir los ratos que pasamos esperando el tren, los momentos en que estábamos en el tren. Tendría que contar sobre cómo matamos el tiempo en esos momentos, platicando o jugando dedos; juego que se convirtió en un emblema del viaje. Tantos lugares que visitamos. Los templos, los santuarios, los edificios de alta tecnología, las escuelas, las calles, las estaciones de tren, las posadas, los restaurantes, las casas de las familias, es más, incluso los baños (ver video del edificio de Sony).

Podría contar sobre cuando el policía fue a quitarnos de nuestra pose de foto en el santuario Meiji. Hablar sobre cómo nos divertimos en los tambores de las “maquinitas”. Platicar sobre cómo Carlo apretó los botones del baño en el edificio de Sony. Contar de cómo bebimos agua “especial” en el Kyo Mizu Temple. Escribir sobre cómo nos hacíamos entender con las familias que casi no hablaban inglés. En fin, no se puede elegir un solo mejor recuerdo.

¿Mi mayor sorpresa? Fueron demasiadas. Tendría que ser (hablando demasiado general) que en Japón sí siguen las reglas. Es increíble el respeto que tienen a los demás y con ellos mismos. En las calles es raro ver basura. Además, el vandalismo es casi nulo. El contraste con México es tan grande (en estas cuestiones) que uno diría que en Japón no existe la basura tirada en las calles y el vandalismo.

Por si fuera poco, el respeto de los autos a los peatones y viceversa es muy grande. Los carros (que no van a mucha velocidad) se paran en cuanto el semáforo cambia a amarillo. No se quedan platicando cuando el semáforo cambia a verde. Los peatones hacen lo mismo. Cuando está el alto para el peatón, las personas se quedan de su lado de la calle. No hay nada de que “córrele”. Una vez gran parte del grupo hizo eso, y los carros empezaron a tocarnos los cláxones. No solo esperan la luz verde, también no cruzan a la mitad de la calle hacia el otro lado. Tienen que caminar hasta la esquina (donde están los semáforos para poder cruzar).

El respeto hacia los demás es fundamental. En los trenes y metros, cuando va el “conductor” o la señorita que vende cosas, antes y después de entrar al vagón, hacen una reverencia. En los restaurantes y tiendas siempre te atienden con buena cara. Fue raro en donde no hacían eso (así cómo en México encontrar un lugar donde te atiendan bien). Por todo dicen gracias y perdón. En el metro hay señales de que debes de dejar tu asiento a: personas de la tercera edad, mujeres embarazadas, mujeres con niños y a discapacitados. Hay anuncios dentro y fuera del tren, y es algo que respetan.

Respetan a su tierra, tienen más consciencia sobre sus recursos que nosotros. Separan la basura en como cuatro diferentes cosas (plástico, metal, papel, otros). El agua que va a dar a la caja del escusado sale primero (en algunos lugares) por “arriba”, ahí te puedes lavar las manos y esa agua al final va a dar al drenaje.

Días después de mi regreso a México, fui a caminar por las calles de Toluca. Vi basura tirada en las calles y grafitis en los vidrios y paredes. La atención en las tiendas y restaurantes dejaba mucho que desear. Los carros se pasaban como si nada los altos, y los peatones se cruzaban a la mitad de la calle en medio de la luz verde para los vehículos. Le platiqué estos últimos párrafos a una amiga, y de mi asombro de cómo allá se trataban entre sí. Su respuesta fue corta, pero sabia: “Como debe de ser”. Así es, allá actúan “como debe de ser”, siguiendo las reglas.

Una de mis intenciones y propósitos para el viaje era entender como una islita con recursos limitados pueda ser tan grande. Sí, las cosas son caras. Si, su moneda “está peor” que la nuestra (y eso está mal, ya que hay que recordar que a la moneda nacional se le quitaron ceros). Hace más de medio siglo los japoneses se vieron involucrados en la última gran guerra de forma directa. Japón recibió el golpe de una de las armas más devastadoras (a corto y largo plazo). Hoy, se muestra como un país digno de ser respetado e imitado. Sigo sin entender del todo cómo luego de ser devastados pudieron encontrar la forma de sacarle provecho a lo que tenían, y convertirse en los que son hoy. Gran parte de su logro ha sido por una sola cosa: respeto, tanto con los demás como consigo.

Para mí no fue difícil acostumbrarme a las cosas “como deben de ser”. Si el tren dice que está ahí a las 3:33, está ahí a las 3:33 (fue el primer número que se me ocurrió, no tiene implicaciones simbólicas). Nada de que “se le hizo un poco tarde”. Si te dicen que sales a las 7:40, estás saliendo de la casa a las 7:40, por lo que debes de levantarte con anticipación para arreglar tus cosas. No me incomodó esperar la luz verde peatonal, me alegró ver que cientos de personas también lo hacían. No me importó caminar con mi botella de agua vacía buscando un bote de basura; no lo tiré en la calle “porque me estorbaba”. Y todo esto es por la educación “que viene de atrás” (en palabras de mi padre). Y tiene razón. Una educación que se basa en el respeto es fundamental. Para mí no resulta difícil esta educación, se me hace difícil intentar que otros la hagan, y viviendo en México uno ve difícil la idea que los demás tengan este mismo concepto. Pero Japón demuestra que un país entero puede actuar de la misma manera, respetándose los unos a los otros.

El otro día estaba escuchando algo sobre el té verde y de sus “beneficios” para la salud. Dijeron los supuestos pros que daba dicha bebida a las personas que la tomaban, y pusieron de ejemplo a algunos países de Asia. Dijeron cómo ellos eran menos propensos al cáncer y muchas otras enfermedades. Pero empecé a reflexionar: ¿Es realmente el té verde lo que los hace más inmunes a las enfermedades, lo que los hace más saludables? Y no, realmente no es solo el té verde.

Es toda una cultura, toda una tradición lo que los hace ser “saludables”. Sus comidas son completas y muy sabrosas. En los restaurantes de allá tomamos agua o té, rara vez refresco. Por lo general, siempre comíamos algún tipo de sopa. No pude ver cómo era que trabajaban, no pude ver el estrés que podían tener en la oficina. Pero al menos vi en las calles que la gente iba bastante tranquila. Los carros no iban muy rápido, no se pasaban los altos “porque se les había hecho tarde”, o algo por el estilo. Su vida es un reflejo de su forma de pensar. No me adentré en su religión, pero quiero imaginar que es muy diferente a la que tenemos en México.

Religión… Por más que traté de evitar incluir dicho tema en ese escrito, fue inevitable. Vi que la religión forma gran parte de nuestras vidas. Las decoraciones navideñas eran bastante raras. Además de esto, tienen el número 13 en sus cosas, no lo hacen a un lado. Si nos fijamos, la Navidad y el número 13 vienen de una tradición cristiana. Por si fuera poco, para la religión católica (la de México) el trabajo es un castigo de dios. Además de esto, a cada rato tenemos fiestas de santos o demás cosas con el propósito de no trabajar y seguir en la fiesta.

Empecé este ensayo con muchas ganas y alegría (y así lo terminé también), pero con la intención de meramente contar a grandes rasgos mi experiencia en Japón. Y sin embargo, acabé con algo totalmente diferente a lo que tenía pensado originalmente. Me di cuenta que lo que más me impactó fue su cultura, una cultura basada en el respeto; y parece que mi escrito está enfocado al respeto y algo más. Fue algo que no me di cuenta hasta el punto en el que escribí estas palabras. Japón nos demostró que sí se puede, que son cosas que son humanamente posibles.

Muchos dicen que los japoneses son todos iguales, y tal vez tengan razón. Si, todos los japoneses son iguales. Y tal vez ellos también lo vean así, que son todos iguales. Y si el de enfrente, los de al lado y el de atrás son iguales a mí, ¿No merecen mi respeto? ¿No merecen que los trate como a mí me gustaría que me trataran?

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